lun 28 ago 2006 07:15:00 CEST
Ciudadanas de segunda y con velo
Las iraníes luchan por sus derechos: ante la ley valen la mitad que los hombres
Cuando el filósofo alemán Jürgen Habermas visitó Irán
hace un par de años, manifestó que la próxima revolución iraní sería la
de las mujeres. En Irán ya no hay revolucionarios, ni siquiera gente
que quiera deshacer la revolución. "Hemos sufrido demasiadas guerras",
señalan incluso los más críticos con el régimen islámico. Sin embargo,
mientras los hombres jóvenes se han vuelto políticamente más apáticos
(en buena medida a causa del desempleo y la represión de las revueltas
estudiantiles), las mujeres siguen teniendo una causa: la batalla por
la igualdad de derechos y oportunidades.
A pesar de disfrutar de mayores libertades que en muchos otros países
islámicos, en Irán las mujeres aún son legalmente ciudadanos de
segunda. En los tribunales su testimonio vale la mitad que el de un
hombre; en casos de compensación, su vida se valora igualmente en la
mitad; tienen menos derechos en caso de divorcio y rara vez el juez les
concede la custodia de los hijos; si están casadas, necesitan el
permiso de sus maridos para trabajar o viajar al extranjero.
Por dos veces este año, grupos de mujeres se han manifestado para pedir
cambios en esas leyes. No eran muy numerosos, pero, dada la prohibición
de ese tipo de protestas y el desproporcionado despliegue policial que
les esperaba, su atrevimiento adquiere mayor valor. Tanto el 12 de
junio como el 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer
Trabajadora, liberales, islamistas e incluso comunistas aparcaron sus
diferencias para denunciar una situación que califican de intolerable.
Todas coinciden en que la ley es la principal batalla, aunque discrepan
en cuanto a la posibilidad de alcanzar sus derechos dentro de un
régimen islámico.
Igualdad imposible
"Los preceptos islámicos y el Corán hacen imposible la igualdad de
derechos entre hombres y mujeres", interpreta Sahar M., una profesional
liberal de 25 años cuya moderna forma de vestir la sitúa en el sector
más laico de la sociedad persa. Ella, como muchas iraníes, encuentra
injustas las diferencias que establecen para la herencia, el divorcio o
la custodia de los hijos.
Faezeh K., una universitaria de 24 años que se cubre con el chador por
convicción personal, discrepa. En su opinión, "la igualdad entre
mujeres y hombres es posible, pero los clérigos no lo permiten". Ésta
es una visión muy extendida entre las iraníes, no sólo entre las más
religiosas.
"Creo en Dios y estoy convencida de que ha acordado los mismos derechos
a los hombres y a las mujeres. Son los hombres los que convierten las
palabras de Dios en un pretexto para lograr sus deseos", defiende
Mehrabeh Firuz, una estudiante de cinematografía de 22 años que admira
las películas de Almodóvar.
La Nobel de la Paz Shirín Ebadí lleva años luchando por una
reinterpretación de las leyes islámicas. Esta destacada defensora de
los derechos humanos denuncia que "las mujeres en Irán se enfrentan a
leyes discriminatorias". "Vivimos en una cultura patriarcal que está
dominada por una interpretación incorrecta del islam", asegura
convencida de que esa religión permite adaptar las leyes según el
tiempo y el lugar. "Una interpretación dinámica del islam acepta la
igualdad de la mujer, la democracia y los derechos humanos".
A Ebadí, a la que la revolución islámica depuso de su cargo de juez, le
preocupa también el problema de la violencia en la familia. "Si las
leyes fueran justas, la violencia disminuiría", asegura. El problema
deriva de la tolerancia hacia cierto tipo de violencia contra las
mujeres. "Si un marido mata a su mujer porque ésta le es infiel o la ha
encontrado en la cama con otro hombre, el asesino no recibe castigo
alguno", explicaba en una entrevista con Amnistía Internacional. De
igual modo, en caso de maltrato, a muchas mujeres no les queda más
remedio que seguir casadas porque carecen de medios para divorciarse.
"Incluso si logran el divorcio, la sociedad no las protege y les
persiguen las miradas de sospecha de los hombres", asegura la cineasta
Mehraveh. "Los derechos de las mujeres son muy inferiores a los de los
hombres en todos los campos", se queja, por su parte, Sahar, la
profesional.
Paradójicamente ha sido la revolución islámica la que ha dado a las
iraníes los instrumentos para reclamar esos derechos. La imposición del
hiyab (cobertura islámica) acabó con la segregación de los sexos en
público e hizo posible el acceso generalizado de las mujeres a la
educación. En época de la monarquía, la prohibición del chador (la
pieza de tela negra con la que las piadosas chiíes se tapan de la
cabeza a los pies) sólo había servido para enfrentar al Gobierno con el
clero y que muchos padres prohibieran salir de casa a sus hijas.
"Aunque haya gente que lo niegue, nuestra situación es mejor que antes;
tenemos más libertad para estudiar o trabajar", asegura Faezeh. Para
cualquier occidental, ese detalle la define como una mujer
conservadora. En Irán, sin embargo, hay muchos matices. "Quienes usan
el pañuelo por obligación piensan que llevar el chador es símbolo de
apoyo al régimen y no lo asocian con la religión", lamenta esta joven
cuyas posiciones la acercan a las llamadas feministas islámicas,
mujeres que quieren cambiar la ley, pero mantener el velo.
"Ahora las mujeres podemos participar en política y tener puestos de
trabajo que antes ni se soñaban", concurre Sahar. Un buen ejemplo es la
propia Mehraveh. "Antes de la revolución islámica, pocas mujeres
estudiaban en la universidad, no porque estuviera prohibido sino porque
las creencias religiosas de sus familias, y sobre todo los problemas
económicos, no les permitían hacerlo. Hoy somos muchas en todas las
ramas", asegura esta joven entusiasta.
En 2003, cerca de la mitad de los 2,6 millones de estudiantes
universitarios eran mujeres. Desde entonces, ellas suponen el 62% de
quienes anualmente superan las duras pruebas de acceso a la
universidad, a las que todo el mundo en Irán se refiere como "el
monstruo". Además, según los últimos estudios demográficos, hay un
millón de tituladas superiores entre 27 y 38 años.
Educación e identidad
Para la mayoría de las iraníes, la educación se ha convertido en una
parte muy importante de su sentido de la identidad. La universidad abre
las puertas no sólo a una carrera profesional, sino, lo que para muchas
es tanto o más importante, a esquivar un matrimonio arreglado por sus
padres y eventualmente elegir a su propio marido. Además, las jóvenes
del ámbito rural tienen que trasladarse a las residencias
universitarias, donde disponen de mucha mayor libertad personal. Son
conquistas a las que difícilmente se renuncia concluidos los estudios.
En Irán las mujeres son visibles. En los bazares, en las calles y en la
mayoría de las profesiones. Hay mujeres en los controles de pasaportes
de los aeropuertos, en los ministerios, en las agencias de turismo y,
más recientemente, hasta como camareras en hoteles y restaurantes de
moda. Pero sigue habiendo tabúes como la judicatura.
Educadas, seguras de sí mismas y deseosas de probar su valía, las
iraníes son una de las principales fuerzas a favor de la reforma
política y de una mayor apertura de la sociedad. Lo demostraron cuando
votaron a Mohamed Jatamí, el presidente que luego las defraudó con la
tibieza de sus políticas. Desilusionadas con las clases dirigentes, han
reorientado su lucha contra la discriminación legal que padecen.
Algunos observadores ven en ellas la esperanza de renovación del
alicaído campo reformista. Si su empuje llega a transformarse en una
fuerza política, la revolución tendrá que renovarse o morir. Tal vez
por eso el régimen reacciona con tanta dureza ante las pacíficas
manifestaciones de mujeres.
Irán
- Territorio: 1.648.000 km2.
- Población: 68.688.433.
Hombres: 34.992.531.
Mujeres: 33.695.902.
-Mortalidad infantil: 40,3 por 1.000.
- Renta 'per cápita': 8.300 dólares.
- Principal industria:
petróleo
- Régimen: República Islámica.
- Voto: sufragio universal a partir de los 15 años.
ÁNGELES ESPINOSA El Pais
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